Hoy hablaré de la princesa de la nariz hiperactiva, con permiso de Mrs Telecino, de la Bestia de cuento de hadas, que ocupa el trono de los que han elegido aposta ser los desamparados de esta sociedad: Kate Moss.

Y así fue Kate Moss. Jugó con el lado salvaje de la vida, con su salud, tanto física y mental, hasta que ya no era más Bella. Había alimentado tanto a la Bestia que ahora ésta campaba a sus anchas por todos lados. Y evidentemente, cuando una Bestia hace vida en Inglaterra, aparecen nuestros amigos los tabloides amarillistas, que le dan de comer más y más, haciendo que crezca como una bola de nieve. Muchos han llegado al punto de la Moss y se han quedado en el intento (y no sólo personas mediocres, también grandes Bellas y Bellos) pero ella ha podido salir. ¿Porqué? Con el peligro que tiene ser una Bestia fea en un mundo tan hipócrita como el de la moda!
Yo aún no me lo explico. Tampoco lo entiendo, ni lo encuentro justificable. En este sentido, soy muy extremista: si alguien ha llegado a la cima de la montaña y se ha entretenido en vez de ser un poco humilde y disfrutar de la vista, no merece esa abundancia, no merece esa belleza. Merece ser una Bestia durante el resto de sus días. Aún así, entiendo que Kate Moss continúe siendo Bella y Bestia a la vez, cuando ha conseguido, por suerte o mérito propio, poder guardar a su Bestia en una jaula y sacarla a pasear cada noche cuando nadie mira, para al cabo de unas horas seguir siendo Bella otra vez.
En fin, Kate, te mereces un novio poeta, como dice la canción de Sabina con la que he titulado esto.
NOTA: no sé muy bien que digo en esta entrada. Es mi último tema, y la primera que escribo aquí directamente y sin apenas repaso. Por eso me he permitido el lujo de divagar un poco en mis pensamientos. La reflexión está hecha, aunque se refleje aquí en una mezcla de conceptos metafísicos de andar por casa.
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